Durante los años ochenta del siglo XX se produjeron varios magnicidios. Ya hemos visto el de Indira Ghandi y Olof Palme, pero hoy centramos la atención en otra región mundial, crítica, muy caliente durante la Guerra Fría e incluso hoy día, donde se produjo el asesinato de Anwar El Sadat, presidente de Egipto.
Anwar el-Sadat fue víctima de un atentado el día 6 de octubre de 1981 mientras presidía un desfile militar. Un grupo de soldados y oficiales, musulmanes integristas descontentos con la dirección política que se llevaba del país, dispararon repetidamente contra la tribuna presidencial. El Presidente murió en el acto. Fue sustituido por Hosni Mubarak, quien preside el país desde entonces hasta la actualidad al frente de un régimen presidencialista autoritario que, no obstante, adopta formas de organización política aparentemente democráticas y pluralistas.
Anwar el-Sadat accedió en 1970 a la presidencia de Egipto a la muerte de Nasser, líder de la independencia, y prorrogó la orientación política nacionalista panarabista de su predecesor y de enfrentamiento con Israel. Dirigió al país durante la Guerra del Yom-Kippur (1973) pero accedió a negociar, con mediación del presidente de EE.UU., Carter, la paz con Israel: acuerdos de Camp David. Gracias a ellos, Egipto recuperó la península del Sinaí, ocupada hasta entonces por Israel. Este acto le granjeó a Anuar el-Sadat la enemistad de muchos dirigentes del mundo árabe y musulmán por considerar el acuerdo una cesión a Occidente y especialmente a los intereses judíos en el conflicto de Próximo Oriente. Sadat obtuvo junto al primer ministro de Israel, Menájem Beguin, la Premio Nobel de la Paz en 1978. A cambio del Sinaí, Egipto fue el primer estado árabe que reconoció la existencia del Estado de Israel, negada por sus vecinos. El discurso de Sadat ante el Parlamento de Israel fue un símbolo de la orientación pacífica que se quiso dar –aún en gran medida frustada- al conflicto árabe-israelí.
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