Seguimos con nuestra serie "dictaduras latinoamericanas del siglo XX", y nuestra segunda parada la hacemos en Uruguay. Este pequeño estado sudamericano, conocida como la Suiza de América, se caracterizó durante años por su estabilidad política democrática y relativa prosperidad económica. En los años sesenta del siglo pasado, no obstante, la situación social empeoró. Dentro del movimiento obrero uruguayo surgió con fuerza el denominado movimiento tupamaro, organizado de forma muy potente alrededor de la defensa de un proyecto revolucionario de orientación marxista que tomaba como modelo más cercano el de la Revolución cubana. En 1968 optó por la lucha armada como instrumento de participación política a la vez que la extrema derecha y el ejército, hasta entonces bastante alejado de la participación política, actuó como contrapunto en una ambiente de creciente violencia. En 1973, el presidente constitucional, Bordaberry, logró el apoyo de las fuerzas armadas para dar un golpe de estado cívico-militar. La acción contó con el apoyo de la dictadura de Brasil, del momento, y de los Estados Unidos, comprometidos entonces en una lucha muy enérgica contra lo que consideraban movimientos subversivos de extrema izquierda en el cono sur: apenas unas semanas después los militares también asumían el poder por la fuerza en Chile.
El régimen instaurado disolvió el Parlamento e intentó implantar un régimen de carácter autoritario de inspiración fascista. De hecho su modelo intentó imitar buena parte de las construcciones politicas del carlismo español, en lo teórico, y el franquismo en el orden institucional establecido. No lo logró. En cambio, fueron los militares los que asumieron un poder creciente en la dirección del país, y protagonizaron de modo muy directa la represión política de la oposición. El general Gregorio Álvarez estuvo al frente de la jefatura del estado entre 1981 y 1985. Aunque cuantitativamente no adquirió las proporciones de las dictaduras militares argentina o chilena de la época, el régimen uruguayo también persiguió con dureza a sus enemigos políticos: desapariciones, encarcelamiento y exilio . No obstante, no desmantelaron completamente el régimen de partidos histórico del país y, de hecho, pese a que inhabilitaron a muchos dirigentes de los partidos tradicionales (blanco y colorado), otros miembros sí participaron en el entramado institucional de la dictadura. Un plebiscito celebrado en 1980 dio al traste con los intentos de instaurar un régimen constitucional autocrático a su medida y, tras un amplio pacto entre la durante mucha parte de la dictadura dividida oposición democrática, Uruguay celebró elecciones democráticas libres en 1985.
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