Estos días celebramos el 20 aniversario de la Caída del Muro de Berlín, el símbolo del final de la Guerra Fría, un largo invierno en las relaciones políticas, económicas y sociales del mundo durante la segunda mitad del siglo XX que, tras su paso, no parece alumbrar precisamente una primavera.
Para quienes tenemos conciencia, por edad, de al menos los años finales de aquella época, nos embarga cierta nostalgia “histórica” por unos hechos que nos resultaron sorprendentes. El bloque soviético, la construcción del denominado “socialismo real”, cayó en apenas semanas como un castillo de naipes, más que por la presión externa del bloque occidental, por las profundas contradicciones internas del sistema. En ese sentido, la construcción en 1961 y la caída en 1989 del Muro de Berlín son manifestaciones del sinsentido de un régimen, en ese caso concreto el de la República Democrática Alemana (Alemania comunista) de intentar construir un nuevo orden en contra del ejercicio de la propia libertad de sus ciudadanos.
Tras la caída del Muro de Berlín la unidad alemana llegó rápidamente, unidad rota tras la Segunda Guerra Mundial. Alemania del Este, obviamente, se incorporó plenamente, igual que otros antiguos estados del bloque soviético, a la democracia liberal y el capitalismo. Queda el recuerdo de una época, de muchos episodios violentos, criminales incluso, los propios de regímenes dictatoriales, pero también la evocación, que aquí recuperamos, de muchos aspectos de la vida social de esos países, que ahora se nos antojan caducos, lejanos, pero que formaron parte de la cosmovisión de millones y millones de hombres y mujeres. En Alemania, ese fenómeno de recuerdo melancólico, nostálgico de ese pasado, recibe la denominación de Ostalgie, y ha supuesto incluso la recuperación de algunos productos comerciales de la etapa comunista de economía centralizada planificada, como Vita-Cola, la réplica socialista a la muy capitalista Coca-Cola, o el gusto por recuperar algunas producciones audiovisuales de la televisión, la radio o el cine de aquella época, la imagen emblemática de la Torre de Telecomunicaciones de la RDA en Berlín Este –aún el segundo edificio más alto de Europa- o los extraordinarios éxito éxitos olímpicos de sus atletas, doping aparte.
Capítulo aparte merecen los Trabant, marca de vehículos producidos en Sajonia, en la República Democrática Alemana, y que Opel quiere recuperar como opción de vehículos de bajo costo. Trabant y Wartburg eran vehículos de diseño anticuado y tecnología desfasada, y que se comercializaban en los países del Este, bajo pedido y un periodo de espera de hasta 15 años, una manifestación de los problemas de producción y distribución de bienes de consumo que caracterizaron las economías de los países socialistas. Los problemas de comercialización eran tales que, incluso, comprar un coche de segunda mano era mucho más caro que nuevo por el plazo de espera y la exigencia de pago adelantado. La película Good bye, Lenin!, que hemos ya recomendado desde Historia_a_por_todas, refleja de forma extraordinaria este sentimiento colectivo.
1 comentario:
Estos coches no andaban ni empujandolos
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