Fue durante un verano muy caluroso, como el actual, pero de hace 100 años. Como consecuencia inmediata del embarque de tropas de reemplazo para la Guerra de Marruecos en el puerto de Barcelona, se produjo un levantamiento popular en la ciudad. Los jóvenes de las clases populares (obreros, campesinos...) nutrían nuevamente un ejército colonial, diez años después del Desastre del 98, ejército que evitaban los hijos de las familias burguesas y de clases altas al pagar una redención en metálico bastante cuantiosa.
La violencia se apodera de las calles de la capital entre los días 26 y 29 de julio de 1909. Fue contrarrestada con una gran brutalidad por parte de las fuerzas de orden público. El balance fue particularmente trágico: aproximadamente un centenar de muertos, casi todos civiles, unos quinientos héridos y más de cien edificios incendiados, casi todos religiosos (colegios católicos, iglesias…). La Iglesia católica, percibida por las masas obreras como aliada de la burguesía catalana, fue víctima de actos de anticlericalismo que recuperaban la memoria de otros acaecidos mucho antes, en la primera mitad del siglo XIX.
El gobierno de la Restauración, entonces liderado por Maura, fue capaz de reprimir el levantamiento pero no tuvo la habilidad suficiente para administrar políticamente la crisis. Con carácter general, se responsabilizó especialmente a los anarquistas del levantamiento y uno de sus más destacados dirigentes intelectuales barceloneses, el pedagogo Ferrer i Guardia, cofundador de la Escuela Moderna, fue juzgado, condenado a muerte y ejecutado, junto a otros cuatro inculpados más. La reacción internacional de hostilidad hacia la decisión fue considerable, en parte impulsada por el movimiento obrero internacional, pero también por el prestigio que en el ámbito de la pedagogía había adquirido la experiencia de enseñanza de Ferrer con la incorporación de métodos innovadores. Maura no pudo soportar la presión y perdió la confianza de Alfonso XIII por lo que tuvo que dimitir como Presidente del Consejo de Ministros.
La Semana Trágica refleja bien el ambiente de profundo enfrentamiento político y social que vivió Barcelona durante la Restauración: desde el enfrentamiento entre el nacionalismo y el populismo lerrouxista pasando por el enfrentamiento entre burgueses y obreros –en su gran mayoría anarquistas- con episodios muy frecuentes de violencia, extremos ya a principios de los años veinte (pistolerismo). Todo ese mundo social tiene un magnífico reflejo en la novela de Eduardo Mendoza, La Ciudad de los prodigios (1986), llevada al cine en 1999 bajo la meritoria dirección de Mario Camus 1999. Recomendable para entender la Barcelona y la Cataluña de ese periodo.
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