Nixon y Mao Tse-Tung son dos de los protagonistas de una famosa ópera contemporánea, Nixon en China (Adams, 1987), que se inspira en la archifamosa visita del máximo dirigente norteamericano a Pekin en 1972 durante la Guerra Fría.
Música aparte, el viaje merece un mínimo análisis histórico político por nuestra parte. EE.UU. y la China comunista eran enemigos políticos aparentemente irreconciliables desde el fin de la Segunda Guerra Mundial. Nada que ver con la situación actual, de dos grandes potencias globales con relaciones cordiales y normalizadas.
El desencuentro tiene su origen básicamente en el apoyo que Washington dio a la China nacionalista durante la Guerra Civil y prorrogó a ésta una vez se refugió en Taiwan tras ser derrotada en el conflicto. Puntos de desencuentro, posteriores, muchos, en el contexto de la Guerra Fría: Guerra de Corea, Guerra de Vietnam... Y en esto llegó Nixon.
Richard Nixon, Presidente de EE.UU. del partido republicano, pese a la profundísima diferencia ideológica que tenía respecto del comunismo, procuró favorecer una política de distensión con la URSS, pero también con la China de Mao Tse-Tung. En ese marco hay que entender su viaje oficial a Pekin de 1972. De hecho, las relaciones diplomáticas apenas estaban formalizadas y hacía apenas meses que EE.UU. había aceptado la cesión a Pekín del sillón como representante legítimo de China como miembro permanente del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas.
El viaje supuso un impulso claro a la politica de distensión mundial, aparte de granjearle a Nixon una importante y positiva imagen internacional. China, ya entonces muy distanciada de la URSS, mantuvo y fortaleció una política internacional de mayor independencia. Henry Kissinger, entonces Secretario de Estado norteamericano, favoreció sobremanera la aproximación a China como forma de contener el expansionismo soviético en Asia, aprovechar las contradicciones internas dentro del bloque ideológico comunista.
La China de entonces, aún bajo un férreo sistema económico planificado y centralizado, difiere bastante de la actual. Eran años de revisión tras los efectos de la Revolución Cultural, los últimos años de gobierno de Mao y de cierta apertura. Hoy sigue siendo China un régimen dictatorial comunista, pero la liberalización económica de las últimas décadas, una mayor apertura al exterior, han favorecido un desarrollo social y económico espectaculares, tales como para convertirla en la segunda potencia económica mundial, reconocido apenas hace unos días.
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